Había una vez,
en una aldea muy muy lejana, un campesino adorado por su pueblo. El campesino
se llamaba Rubén pero todos le conocían como “Puente”. Sus grandiosas
habilidades físicas y mentales eran excepcionales y casi todos los habitantes
de su pueblo le respetaban por ello.
Además de
trabajar arduamente en el campo Rubén se pasaba todo el día realizando favores
a sus vecinos y conocidos. Se sabía de memoria cada uno de los rincones de sus
tierras y se le había concedido un don increíble con los cultivos. Gracias a
él, prácticamente toda la aldea tenía provisiones para sobrevivir a los duros
inviernos.
Un día,
volviendo del Mercado de las Semillas, situado a 200 kilómetros de su hogar, se
encontró con campos devastados y habitantes tristes y empobrecidos. Le impactó que
todos ellos estuviesen muy delgados e incluso mal nutridos. Siguiendo el
impulso de su corazón, se presentó ante el Rey de aquellas tierras. Éste le
explicó su problema con los cultivos; que, por más que intentaban plantar y
cuidar el campo, apenas salía un hierbajo.
“Puente”, en un
arrebato y con toda la compasión y la honradez por la que era conocido, decidió
ayudar al pobre Rey con sus cultivos y se puso manos a la obra.
Una vez
consiguió reunir todos los materiales mínimamente necesarios para realizar su
labor se dispuso a llevarla a cabo. Comenzó a realizar su pequeño ritual que ya
era tan inherente a su persona. Le pidió asilo al Rey; necesitaba un lugar en
el que quedarse para ir observando el progreso de sus cultivos. Y, así,
transcurrieron los meses hasta que el trabajo duro consiguió dar sus frutos.
Por primera vez los aldeanos vieron algo de verde en sus campos. Las tierras
que siempre habían estado tan secas recordaban a un mar de verdor floreciente
bajo los dorados destellos del sol.
El Rey le hizo
llamar y le propuso un acuerdo. Si los campos sobrevivían al invierno le
otorgaría una grata recompensa. “Puente” frente a esta proposición no dudó ni
un instante en aceptar. ¿Qué más podía desear? Pero el campesino se olvidaba de
algo… Su aldea, sin su ayuda, tampoco sobreviviría al infernal invierno.
Al día siguiente
se dio cuenta de que no tenía los materiales necesarios para culminar con su
obra, por lo que le dijo al Rey que iba a volver a sus tierras para recogerlos.
Nada más llegar,
todos los habitantes de su aldea fueron a su encuentro para exponerle los
graves problemas que estaban sufriendo debido a su ausencia. “Puente”,
sorprendido y horrorizado, se olvidó de los tesoros prometidos por el Rey y
comenzó a arreglar la situación. Le comunicó a su Majestad, apenado por no poder ayudarles, que no volvería con ellos
ya que sus vecinos y amigos le necesitaban, pero, que si lo que había plantado
seguía creciendo al ritmo al que había ido creciendo hasta ahora, podrían
superar el invierno sin problemas.
Tardó varios
meses en recuperar lo que había cosechado anteriormente es su aldea natal pero,
finalmente, logró llegar a su objetivo y recolectar las incipientes decadencias
en las que se encontraba su hogar.
Pasado el
invierno, un mensajero llegó requiriendo la presencia de “Puente” frente al Rey
que habitaba cerca del Mercado de las Semillas. El campesino, alarmado y
asustado, se puso en lo peor; pensó que solamente el Rey y unos pocos habitantes
permanecían con vida en la aldea que había dejado abandonada.
Cuando llegó
allí se sorprendió gratamente. El mensajero no había dicho palabra durante todo
el camino a la aldea, por eso sus constantes y crecientes preocupaciones. Sin
embargo, al ver los campos más esplendidos de lo que los había dejado y a todos
felices y agradeciéndole su labor de camino al castillo, refulgió de alegría. También
el Rey le recibió con gratitud y diversos manjares. ¡Ese día estaba siendo tan
espectacular! No podía más que finalizar con la otorgación de un título
nobiliario que componía su nuevo apellido: DE LA PUENTE.
Estupendo. Anotado.
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